Steve Jobs se preguntaba, a diario si, en caso de que ese fuera el última día de su vida, estaría haciendo lo que hacía. Si la respuesta era “no” durante demasiados días seguidos, redirigía el rumbo.
Un carpe diem adaptado al ámbito profesional y vinculado al tema del propósito, en cierto modo. Ese carpe diem que solemos usar para hablar del disfrute del momento sin pensar demasiado, tal vez buscando más el placer que la felicidad. El origen etimológico de carpe diem está en “carpo” -arrancar, pero también aprovechar- y “diem”, y aparece por primera vez en los poemas de Horacio a Leucónoe. En él, el poeta romano habla de la imprevisibilidad de la muerte, de no pensar en qué hay más allá, en no confiar en que habrá un mañana y abrazar el presente.
Los estoicos hablan del ‘memento mori’: recuerda que morirás. Así de tajantes son, aunque es muy útil para relativizar; ayuda a dejar de hacer montañas de granos de arena. Y Oliver Burkeman, en su libro “Gestión del tiempo para mortales”, nos recuerda que sólo vivimos 4000 semanas. De la combinación entre los dos tienes esta fantástica lámina, para tenerlo siempre presente. Un amigo mío admitió que, aunque la había comprado, todavía no había sido capaz de colgarla en la pared; yo todavía estoy en fase de decidirme a comprarla. Porque aunque le veo sentido a tomar consciencia del tiempo, a “no dejar para mañana lo que puedas hacer hoy” y el ‘memento mori’ me da nueva perspectiva en muchas situaciones, también veo el peligro que tiene malinterpretar estos mensajes; sobre todo, en esta sociedad obsesionada con la productividad que hemos creado.
Por eso, en vez de vivir cada día como si fuera el último, prefiero enfocarme en vivir como si cada día fuera el primero. Leí la idea en el libro de Roger Pastor (“Pon un Beatle en tu empresa”) y la tomé prestada. Bueno, prestada no: más bien la he comprado, incorporado 100% y casi estoy por hacer una lámina también con ella (lo hablamos, Roger ;p).
Pasar de vivir la vida como si fuera el último día a vivirla como si cada día fuera el primero, nos lleva del “nada que perder” al “todo que ganar”.
Vivir cada día como si fuera el primero te pone en actitud de amateur, quitándole las connotaciones negativas que le hemos dado al término, por no ser profesional o no ganarse la vida con ello. El amateur no es un experto pero a cambio tiene la ilusión desinteresada por lo que hace. De hecho, la palabra -de origen francés, sí- deriva del término latín ‘amator’: el que ama. Amar lo que haces es, probablemente, lo más próximo que encontrarás al propósito.
Vivir cada día como si fuera el primero requiere la humildad del aprendiz, que no conoce suficiente -todavía-, lo que también te ayuda a darte el permiso de equivocarte: no como excusa hacia los demás, sino como explicación hacia ti.
Vivir cada día como si fuera el primero te devuelve la ilusión de no saber. Es recuperar la capacidad de sorprenderte por lo que vendrá. Disfrutar la exploración. Algo así como la noche de Reyes o los huevos de Pascua por el jardín. Tiene algo -o mucho- de juego.
Vivir cada día como si fuera el primero te lleva a ese estadio de curiosidad inicial que te hace preguntar, indagar. Querer saber. Escuchar sin juicio, ni sesgos, ni prejuicios.
Vivir cada día como si fuera el primero te invita a observar, copiar, imitar. Admirar a quien sabe más que tú. Incluso aunque no sea tanto más. Da igual: en la observación honesta hay mucho aprendizaje. Y en esta copia y en la repetición y repetición, poco a poco vas poniendo un poco más de ti.
Vivir cada día como si fuera el primero te quita la urgencia, las prisas, esa búsqueda de la felicidad a golpe de placer que a veces sugiere el carpe diem. Y, en cambio, te da calma para aprender despacio, saboreando ese estado de fluidez en el que te va sumergiendo (ahí, sí, se es feliz -quien lo probó lo sabe-).
Vivir cada día como si fuera el primero te permite elegir, está todo por hacer, te da permiso para probar y saber que, si no es, podrás cambiar el rumbo porque mañana también será el primer día y con él, un nuevo comienzo. Con sucesos diferentes (que no piense nadie en “El día de la Marmota”, tan opuesto a mi idea); con elecciones, tal vez, distintas; con aprendizajes nuevos. Pero con la misma actitud.
Vivir cada día como si fuera el primero me recuerda a la determinación que da empezar el año sintiendo que la hucha de opciones se recarga de nuevo. O la ilusión de estrenar agenda. O libreta. O el primer día de ese curso al que llevabas tiempo pensando si inscribirte. O el primer día en una ciudad nueva. O todas esas primeras veces, tal vez torpes pero compensadas por la ilusión.
Así que la pregunta que te propongo es: si fuera el primer día de tu nueva vida, ¿qué te gustaría hacer?