Llevaba tiempo queriendo escribir un libro para acompañar, en otro formato al que uso habitualmente, a desplegar el talento del lector. Mi método en formato libro. De hecho, resulta que mucha gente daba por sentado que yo ya tenía un libro (hay quien incluso habla de mis libros así, en plural). Será por todos los que he empezado en mi cabeza… Así que decidí cumplir con las expectativas, las de los demás y las mías. Y di forma a 250 páginas sobre aprendizaje ágil, talento y mentalidad de crecimiento.
Por fin había pasado de la cabeza al papel. Y del papel, al cajón.
Porque según estaba ya revisando el borrador, una vocecita en mi cabeza me decía que lo que en realidad me apetecía era acompañar día a día, para ser coherente con lo que siempre defiendo acerca de la importancia de aplicar, poco a poco, de forma constante. Lo que me motivaba era inspirar desde ahí, para desplegar la creatividad que todos llevamos dentro y que tan pocas veces nos permitimos.
Ese era el término: permitirse.
Permitirte aplicar lo que sabes. O permitirte equivocarte porque no sabes suficiente (todavía).
Permitirte salir del camino trazado y emprender ese proyecto que tanto te ilusiona.
Permitirte tener 4 expertises y sentirte orgulloso de tu perfil en peine.
Permitirte usar los pinceles o hacer garabatos sin pretender vivir de ello, ni siquiera ser bueno: permitírtelo sólo por el placer de pintar o garabatear.
Permitirte compartir tus creaciones aunque no sea perfectas (¿cuáles lo son? ¿para quién?). Disfrutar del proceso y enorgullecerte de ello. Compartir(te) en el durante, sin filtros.
Permitirte dedicarte un tiempo para ti.
Permitirte tomar decisiones.
Pero la otra vocecita (ya sabes que siempre hay, como mínimo, dos voces en la cabeza), me decía que a qué venía hablar ahora de esto. Y así empezaron una especie de batalla de gallos, las dos vocecitas. Y, como suele suceder, ganó esa a la que escuché, la que me decía que si quería hablar de darse permiso, me lo diera primero a mí.
Bum.
“¿No dices siempre que hay que aplicar los aprendizajes? Pues ahí tienes la hoja en blanco.” (así de cañera es la otra vocecita, pero hay que reconocer que genera más resultados que la primera).
Le hice caso y me lo permití. Me permití hablar de creatividad, compartiendo lo que hago habitualmente en mi proceso creativo.
Me permití inspirarme para inspirar a quien lo leyera, para que se diera permiso, también.
Me permití usar mis collages como proceso y como fin.
Me permití enfocarme en la acción, porque es donde suceden cosas.
Me permití escribirlo por el placer de escribirlo, sin esperar nada concreto, más allá de asegurar que sucedía (que no es poco).
Me permití mezclar todas mis habilidades, conocimientos y motivaciones: creatividad, desarrollo personal, collage, diseño, propósito….encajándolas todas al servicio de las 144 páginas.
He viajado por cada día del 2024 disfrutándolo, pensando en cómo te sentirías ese mes en el que hace frío o cuando empieza el verano, qué retos necesitarías para no pasar de puntillas por el año y mantener los propósitos de enero . He ido deduciendo qué apetece hacer en cada estación, cómo caen los festivos o qué harías en vacaciones si pudieras elegir…. Dándote espacio -físico y emocional- para que crees. Y creas.
Acabé el libro, que no es libro, celebrando el 2024, felicitándote por haber conseguido desplegar tu actitud creativa. Y dándome las gracias por haberme permitido ese viaje tan bonito.
Así que sí, es una agenda que empezó siendo libro, sólo que lo escribiremos a medias. Yo he escrito la primera mitad. Ahora te toca a ti elegir cómo quieres que sea tu 2024.