Hace unos días, en una maravillosa tertulia literaria, descubrí que hay dos maneras de escribir: con mapa o con brújula. Nos lo contó Mariana Travacio, una escritora argentina que descubrí gracias a María y Eugenia, de La Favorita.
Si escribes, habrás sentido enseguida qué implica una y otra. De hecho, en el encuentro hubo algunos suspiros de alivio al ver que la escritura podía ser mucho menos encorsetada de lo que nos habían contado.
Mariana cuenta que, para escribir, espera a encontrar la voz y, desde ahí, empieza. Su libro “Me verás caer” parte de tres relatos cortos. Impactantes, que rompen el molde. Que te dejan con cierta desazón al final de cada uno. La misma desazón que le dejaron a Mariana. Por eso, después de estos tres relatos, quiso seguir escribiendo para ver qué les pasaba a cada una de las mujeres protagonistas.
También Coloma Fernández, autora de “En Blanco”, nos contaba en otro encuentro literario que, cuando le llega el tono adecuado, encuentra el personaje al que acompañar.
Escribir para descubrir y sentir. Dejar que los personajes, o el hilo de lo que quieras contar, te lleve de la mano. Escribir desde las tripas, más que desde la cabeza. Luego ya vendrá la edición y todas las correcciones necesarias. Pero en el momento de escribir, “escribirse encima”, como decía Marta Simonet en la conversación que tuvimos para el podcast.
También en la vida
Desde entonces voy dando vueltas al concepto de la brújula versus el mapa. Y me doy cuenta de que también en la vida podemos ir siguiendo un mapa o con la brújula en mano. Caminar sobre seguro, con el camino ya definido; o avanzar casi por intuición, dejándote llevar.
Por defecto tal vez tiraríamos de brújula. Pero por costumbre, tiramos de mapa. Es lo que nos enseñaron: a usar el mapa. Nos dijeron que esa era la manera de llegar a algún lugar. Pretendiendo, claro, que ese sitio está siempre definido. Conocer el punto de partida, el destino y cada uno de los caminos a tomar para llegar. Y hacerlo, por supuesto, lo antes posible. Llegar. Siempre, llegar. Pero no nos dijeron que a veces el camino está intransitable; o que hay atajos más peligrosos pero también más interesantes; o que a veces los paisajes bonitos requieren dar un poco de rodeo. O que el sitio al que vamos ha cerrado por derribo.
Y así vamos, muchos, girando el mapa a ver si conseguimos situarnos. Sin acabar de entender dónde estamos ni saber cómo se llega a un sitio que intuyes pero del que no tienes la dirección.
Reconozco que hasta hace poco me frustraba. Tenía una suerte de lucha interna: una parte de mí, se repetía que tenía que aprender a seguir los mapas; otra parte de mí, sentía que ya llegaría y, aun sin ningún sentido -aparente- de la orientación, avanzaba por intuición.
La realidad es que siempre acabo llegando. Tal vez dé más rodeos, pero a cambio llego con más información en la mochila.
Imagino que entiendes que ya no hablo sólo de mapas físicos ni de llegar a un lugar tangible.
Y en los proyectos
Y así he llegado a la semana del año en que se supone que más se vende. Esa que las marcas vienen preparando desde hace meses -ventajas de los mapas-.
Te confieso que tenía toda la intención de trazar un camino mirando el mapa. Pero este último trimestre, el mapa dejó de servirme -de nuevo-. Tal vez por los eclipses, quizá debido a la luna o, sobre todo, la Dana, mi mapa quedó hecho trizas. Y yo, totalmente desubicada por un ratito, finalmente he decidido tomar la brújula -de nuevo- y avanzar.
Mi mapa decía algo del Black Friday, pero mi brújula prefiere el Book Friday.
Mi mapa hablaba de campaña de Navidad. Pero mi brújula quiere celebrar que Conpermiso cumple 1 año. Un año de aprendizajes enorme, de darme permiso en mayúscula, de momentos y experiencias muy bonitas.
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Feliz semana. Recuerda comprar con cabeza lo que de verdad necesitas y con corazón lo que de verdad te emociona.
Cuídate.